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Tijuana Mexico

TIJUANA

VIAJES Y TURISMO

Tijuana: siempre al límite, siempre al borde del exceso en sus noches tentadoras y pecaminosas. Tijuana: parpadeo insinuante de luces de neón, promesas de fortuna en las mesas de juego. Tijuana: brindis, bailes, conquistas, también amores. Tijuana: una ciudad inventada en el desierto, una ciudad insomne, que vive de la fiesta y el jolgorio.

Discotecas exultantes, frenéticas, desenfrenadas. Casinos en los que el azar cimienta o dilapida fortunas. Centros comerciales en los que se puede comprar cualquier capricho a precios de remate: caviar ruso, cuero español, perfume francés y curiosidades artesanales provenientes de todo México, en la ciudad fronteriza más visitada del mundo.

“Aquí se inicia la patria”, reza con orgullo un escudo que está en el ingreso de la ciudad, dando la bienvenida a los viajeros que ingresan por la “puerta grande de México”, con las ansias de disfrutar al máximo, de día y de noche, en las tiendas y en los pubs, en las carreras de caballos, también en las de perros, en fin, en cada rincón, en cada esquina.

La fama de ciudad insomne y excesivamente festiva de Tijuana se cimentó en 1920, cuando en los Estados Unidos entró en vigencia la llamada ley seca (prohibición de la fabricación y venta de alcohol); entonces, los bebedores, al borde de la desesperación ante su obligada abstinencia, cruzaban la frontera para saciar su sed en México.

Cuando se abolió la ley seca, Tijuana continuó con su frenesí y su cotidiano desparpajo, el cual seduce y tienta a los viajeros -ya no solo del vecino Estados Unidos, sino de todo el mundo-, quienes llegan a esta ciudad, fundada el 11 de julio de 1889, para sumergirse de lleno en su ritmo febril y alocado.

Y como para acrecentar su fama de ciudad bohemia e impenitente, hay quienes dicen que su nombre proviene de la contracción de Tía Juana, la denominación de una ranchería de la mitad del siglo XIX. Sin embargo, lenguas viperinas deslizan la versión de que la mentada Tía Juana era la dueña (otras versiones dicen que era la cantinera) de un conocido y exitoso bar.

La versión oficial es muy distinta y relaciona el origen del nombre a la palabra Ti -Wan, un vocablo de los indios cochimi que significa “más cercana”… sí, cercana a la diversión y al jolgorio, pero también a la belleza arquitectónica de su catedral construida en el siglo XVI, de su monumental Centro Cultural y, claro, del mar, la arena y la aventura.

También está cerca de la emoción de los partidos de jai-alai, el juego de pelota más rápido del mundo, un deporte similar al frontenis pero aquí la cancha es más grande y en lugar de raqueta se utiliza una cesta alargada añadida a un guante. La pelota es tan dura como una roca. Pesa 120 gramos y cuando es golpeada puede alcanzar hasta una velocidad de 300 kilómetros por hora.

Otras actividades que concitan la atención son las emocionantes carreras de caballos y galgos, incluidas las divertidas competencias de changuitos, en la que varios simios fungen de jinetes de los canes. También hay plazas de toros, para disfrutar de la galantería y destreza de los bravos matadores y vivir al máximo la emoción de la fiesta brava.

Pero el auténtico corazón de Tijuana es la avenida Revolución, en donde todo puede suceder y en donde nada sorprende. Parece una frase hecha. No lo es, porque en qué otro lugar del mundo a los burros se les pinta con rayas negras y blancas para que parezcan cebras; y, en qué otro sitio del planeta los turistas no dudan en tomarse una foto con el animal disfrazado.

Esto solo puede ocurrir en Tijuana, localizada a 188 kilómetros de Mexicali, la capital del estado de Baja California Norte, una ciudad inventada en medio del desierto, donde los problemas se disuelven entre margaritas, damianas (una bebida con alcohol y una hierba típica) y tequilas; y la diosa fortuna deambula en los naipes de los casinos o en las patas de los caballos y galgos.

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